La leyenda de la enterrada viva de
Alfambra cuenta cómo don Rodrigo, «hombre virtuoso y esforzado», se encontró un
día con el joven rey moro y éste presumió de lo bien dotado que estaba
sexualmente. «¿Qué te parece este dardo?», le dijo mostrando el tamaño de su
pene, haciendo reír al conde. Al recordar después el encuentro, la risa le
volvió a asaltar al conde, que acabó por contárselo a la condesa. Ésta «se hizo
la desentendida», pero «enseguida envió su secretario al rey moro diciéndole
que estaba enamorada de él».
El rey moro, muy contento, urdió
entonces un plan. Dio al intermediario un narcótico para que
se lo colocara a la condesa bajo la lengua. Así fue cómo ésta pareció
estar muerta durante días.
El conde, viendo que aún seguía
caliente, se resistió a enterrarla durante tres días, pero cedió al ver cómo no
reaccionaba ni siquiera cuando le echaron plomo derretido en la palma
de la mano.
Esa noche, el intermediario la
desenterró y, quitándole el narcótico, la llevó hasta Camañas junto al rey
moro. Solo la pareja y el alcahuete conocían el secreto. A los servidores de la
casa del rey moro se les dijo que éste había pagado 12.000 doblas por esa mujer
traída desde tierras lejanas.
Ocho meses después, un cristiano que había presenciado cómo le fue horadada
la mano a la condesa la reconoció en Camañas y fue con el cuento a Alfambra.
El conde acordó entonces una
estratagema con sus soldados y se presentó disfrazado de pobre ante su esposa.
Ésta lo delató y entregó al rey moro, pero cuando la comitiva se dirigía a un
cerro para ejecutarlo, los soldados de don Rodrigo atacaron por sorpresa. El
señor de Alfambra fue liberado y al rey y la reina, quemados en Peña Palomera.