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miércoles, 15 de enero de 2020

LEYENDA DEL TORO DE ORO DE GRIEGOS, TERUEL.-





Situado a los pies de la Muela de San Juan, Griegos es un pequeño pueblo de la
Sierra de Albarracín, enclavado en los Montes Universales. Se trata de un paraje natural dominado por los bosques de pino silvestre y las praderas de alta montaña.
Ha sido denominado como el pueblo más frío de toda España.
Es el segundo pueblo más alto de toda España, con una altitud de 1.601 msmn. El primero es Valdelinares, también en Teruel.​

 LEYENDA DEL TORO DE ORO.


Cuentan que, en la Muela de San Juan, límite entre la sierra de Albarracín y la provincia de Cuenca, en tiempos paganos y antiguos, existió una gran ciudad rodeada por murallas. En su interior destacaban bellos jardines y se levantaban monumentales palacios. Los habitantes de la ciudad vivían tranquilos, igual que había vivido sus antepasados a lo largo de muchos siglos.
Un día, sin embargo, los musulmanes invadieron Hispania y llegaron hasta esta paradisíaca ciudad a la que arrasaron y saquearon. Cada soldado árabe tomó para sí lo que quiso de la ciudad conquistada. Uno de los asaltantes, un corpulento guerrero tuvo la fortuna de encontrar, entre las ruinas, un hermoso toro de oro. Se trataba de una pieza valiosa que el moro arrojó desde un muro de la ciudad hasta la espesura de los pinares que rodeaban a esta, con el fin de sustraerlo del reparto del botín. Cuando llegó la noche, lo buscó y lo encontró. Y decidió enterrarlo en una fosa profunda, ya que debía continuar con su ejército tomando otros castillos y otras plazas cristianas. Al terminar las campañas militares, el soldado volvería a recoger la preciada joya. La suerte, sin embargo, no acompañó al sarraceno, ya que, en una cruel batalla, una flecha lo hirió de muerte. Viendo que su vida peligraba, decidió revelar su secreto a su mejor amigo. Este debía buscar el toro de oro, venderlo y, tras quedarse con su parte, compartir el fruto de su venta con la familia del moribundo.

En una tregua, en medio de la guerra, el confidente se dirigió hacia la ciudad destruida, en la Muela de san Juan, y buscó el toro de oro en el espeso pinar, en el lugar en el que su amigo le había indicado. Pero no encontró nada. Y siguió buscando un día y otro, hasta que, desesperado por tanto esfuerzo baldío, partió de nuevo a la guerra. Muchos han sido, desde entonces, los que han buscado el toro, pero nadie ha tenido la suerte de encontrarlo. Hay quien asegura que el tesoro sólo aparecerá cuando la antigua ciudad de la Muela sea reconstruida y brillen de nuevo los palacios y jardines que, en un tiempo lejano, la dotaron de paz y esplendor.

domingo, 12 de junio de 2016

LEYENDA DE LA ENTERRADA VIVA DE ALFAMBRA.-


La leyenda de la enterrada viva de Alfambra cuenta cómo don Rodrigo, «hombre virtuoso y esforzado», se encontró un día con el joven rey moro y éste presumió de lo bien dotado que estaba sexualmente. «¿Qué te parece este dardo?», le dijo mostrando el tamaño de su pene, haciendo reír al conde. Al recordar después el encuentro, la risa le volvió a asaltar al conde, que acabó por contárselo a la condesa. Ésta «se hizo la desentendida», pero «enseguida envió su secretario al rey moro diciéndole que estaba enamorada de él».
El rey moro, muy contento, urdió entonces un plan. Dio al intermediario un narcótico para que se lo colocara a la condesa bajo la lengua. Así fue cómo ésta pareció estar muerta durante días.
El conde, viendo que aún seguía caliente, se resistió a enterrarla durante tres días, pero cedió al ver cómo no reaccionaba ni siquiera cuando le echaron plomo derretido en la palma de la mano.


Esa noche, el intermediario la desenterró y, quitándole el narcótico, la llevó hasta Camañas junto al rey moro. Solo la pareja y el alcahuete conocían el secreto. A los servidores de la casa del rey moro se les dijo que éste había pagado 12.000 doblas por esa mujer traída desde tierras lejanas.

Ocho meses después, un cristiano que había presenciado cómo le fue horadada la mano a la condesa la reconoció en Camañas y fue con el cuento a Alfambra.

 El conde acordó entonces una estratagema con sus soldados y se presentó disfrazado de pobre ante su esposa. Ésta lo delató y entregó al rey moro, pero cuando la comitiva se dirigía a un cerro para ejecutarlo, los soldados de don Rodrigo atacaron por sorpresa. El señor de Alfambra fue liberado y al rey y la reina, quemados en Peña Palomera.


lunes, 29 de septiembre de 2014

LEYENDA TUROLENSE DEL PUENTE DEL DESPECHADO.-

En los tiempos en que los moros habían sido dominados por los cristianos en la provincia de Teruel, convivían ambos en paz y sosiego.
En la ciudad de Teruel, al otro lado del río, vivía una joven llamada Elvira, ejemplo de singular belleza, que además poseía ricas tierras en las vegas turolenses del Turia. Muchos eran los pretendientes turolenses que tenía, atraidos no sólo por su belleza sino también por su riqueza, pero ella, desde niña siempre estuvo enamorada de un apuesto joven turolense a quien concedió su mano y con quien se casó.
Entre los muchos pretendientes que tuvo existió uno que, al ser rechazado por la guapa joven, quedó resentido y le juró venganza.
Casada ya Doña Elvira, vivía feliz con su esposo, sin acordarse para nada de aquel pretendiente despechado. 



 
 En uno de los muchos viajes que su marido hacía a la ciudad de Teruel para solucionar asuntos o visitar a sus familiares ocurrió que una noche, al regresar a su morada, fue asesinado traicioneramente por el tal pretendiente.
Doña Elvira, muy dolorida y triste pasó el resto de sus días enlutada y sola, en recuerdo y respeto a su difunto marido. Ella misma fue la que en lo sucesivo se hizo cargo personalmente de su hacienda y negocios. Por tal motivo, al igual que su marido, debía frecuentar mucho la ciudad de Teruel y siempre lo tenía que hacer por aquel maldito puente en que asesinaron a su marido y que tan ingratos recuerdos le traía. Así es que se le ocurrió una idea: mandó construir otro puente de madera que además de acortarle el camino, le permitió en lo sucesivo olvidar aquellos malos recuerdos cada vez que iba a Teruel. Desde entonces se le conoció a este puente como el Puente de Doña Elvira.

 

martes, 22 de julio de 2014

LEYENDA DEL PASTOR DE ORIHUELA QUE RECUPERÓ SU MANO. FOTOS.-


       


  Orihuela del Tremedal es una localidad y municipio en la provincia de Teruel, en la Comunidad Autónoma de Aragón, España. Está a una distancia de 62 km de Teruel, la capital provincial.
            Pertenece a la comarca de Sierra de Albarracín, tiene una población de 564 habitantes y una superficie de 71,40Km² con una densidad poblacional de 7,9 habitantes por kilómetro cuadrado.
           Orihuela del Tremedal, con sus 1.447 m de altitud, es uno de los municipios situados a mayor altura de la provincia. En medio del sorprendente y agreste paisaje natural de la Sierra de Albarracín y los Montes  Universales, destaca por sus recursos naturales. Entre los atractivos del municipio destacan los naturales. El pueblo está enclavado en la ruta del Camino del Cid y es atravesado por el camino de Gran RecorridoGR-10 que permite recorrer la sierra muy cómodamente.
          En cuanto a los monumentos destacan los siguientes:
·         Iglesia parroquial de San Millán de la Cogolla De estilo barroco su fachada es de estilo neoclásico. Fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1972. En su interior destacan el órgano y el púlpito barroco de 1782, el altar mayor realizado en la transición del renacimiento al barroco, está dedicado a San Millán de la Cogolla. Destacan, también los altares de San Pedro,  y el de San José, barroco de 1728.
·         Casa consistorial, del siglo XVI, de estilo renacentista, tiene una fachada en buen trabajo de cantero con el escudo municipal en ella
·         Santuario de la Virgen del Tremedal, Ermita de Santa Bárbara, sencilla construcción del siglo XVIII.
·         Ermita de Torrejón, destaca por su cabecera hexagonal con techo de madera.
·         Casa de Franco Pérez de Liria, del siglo XVII es uno de los ejemplos de las casas que se hallan en el núcleo urbano.
·         Fuente del Gallo, es el símbolo emblemático del municipio.
En los montes que rodean el municipio de encuentran los ríos de piedras más extensos de Europa. Estos son acumulaciones de bloques de cuarcita en forma de ríos. Los bloques son de pequeño tamaño, entre 25 y 50 cm, y los ríos se extienden por más de 2 km y medio. También se encuentran pequeñas lagunas, retenciones de aguas, que crean espacios húmedos muy ricos en vegetación y fauna, son los llamados tremedales.





LEYENDA DEL PASTOR DE  QUE RECUPERÓ SU MANO.-

          En cierta ocasión, un pastor de Orihuela del Tremedal, estando en el campo con sus ovejas, en medio de un gran resplandor, a la mismísima Virgen.
         La Señora le pidió un trozo de torta que llevaba el pastor en su zurrón. Ël, muy sumisamente, obedeció a su petición. Cuando estaba introduciendo la mano en el zurrón, la  Virgen le dijo que lo hiciese con el otro brazo. El pastor creyó que era imposible, puesto que era manco.  Obstante le obedeció e introdujo el otro brazo en el zurrón,  cuál no sería su sorpresa cuando al meter el brazo, la mano que le faltaba se había repuesto.
    Muy contento, el pastor habiendo reconocido de antemano a la Virgen, se hincó de rodillas y la adoró. La Señora se dirigió al pastor y le comunicó: “Baja a Orihuela del Tremedal y explica a todo el mundo el favor que te he hecho y comunica  a todas los habitantes que he decidido tomar asiento en esta tierra y porque siento ser venerada en estas tierras para ser beneficiado todo aquel que me invoque. No temas por tu ganado, que yo te lo cuidaré.”

      Cuando el pueblo se enteró de lo ocurrido, fue en procesión a la Sierra del Tremedal, al lugar donde el pastor les indicó. Al llegar encontraron una imagen de la Virgen, a la que adoraron. Decidieron, con posterioridad, llevarla a la Iglesia el pueblo para cuidarla mejor. Pero, sin motivo conocido, la Señora volvió al lugar de su aparición.
      Preocupado el pueblo por su desaparición, comenzaron a buscarla hasta que la encontraron. Comprendiendo lo que la Señora quería decidieron construir una ermita en el mismo lugar donde se apareció al pastor.

      Pero no acabaron aquí los favores de la virgen, pues hizo surgir una pozo que les proporcionó agua para la construcción y además, en las raíces de un árbol fue encontrado un montón de monedas de oro con el que financiaron las obras del templo.

viernes, 11 de octubre de 2013

LEYENDA DEL CABALLO BLANCO DE VISIEDO.-


Existe una historia real en Visiedo, luego magnificada o mitificada, acerca del caballo blanco que usó el joven Rey Alfonso XII, cuando entró en Madrid, fue regalo de un visiedano ilustre, don Alberto Ibañes Palenciano…

Se cuenta que Bernaldo de Cabrera, que erigió la fortaleza medieval, usaba también un caballo blanco al entrar en batalla. Alfonso XII, con su talante simpático y llano, tan cercano al pueblo, tan abierto, tenía una faceta que Cánovas intento publicitar, para identificar ejército y
monarquía, la de Rey-soldado. Además Alfonso, era un amante de los caballos, aunque su precariedad de príncipe en el exilio no le permitía comprar; pero con la
quiebra de la Bolsa de Viena, cuando estudiaba en la Academia del Theresianum, consiguió algunos ejemplares, eso sí, pagados en seis meses, por eso nos imaginamos al joven, ya Rey, ilusionado como un niño ante este regalo.
Ibañes Palenciano era un rico hombre, monárquico, ilustre, vinculado con los centros de poder y con las posesiones de España en América, fue alcalde de la Habana y senador electo. Como otros, puso su talento y sus bienes al servicio de la Restauración monárquica.

Pronto, el rey tuvo que enfrentarse con la situación de las Guerras Carlistas, acudió al frente y allí su caballo, ese magnífico y noble ejemplar, salvó la vida del Rey, en la batalla de Lácar donde los carlistas ganaron, allí el caballo hizo un extraño, una cabriola sin venir a cuento y de esta forma se desvió una bala que daría de pleno a Alfonso, la bala perforó la manga de la guerrera regia e hirió a
otro caballo.

martes, 3 de septiembre de 2013

LA LEYENDA DE LA TORRE DE DOÑA BLANCA. ALBARRACÍN.-


En el extremo sur del peñón en que se asienta la Ciudad de Albarracín, junto a la antigua iglesia de Santa María, se alza un grueso y cuadrado torreón. El pueblo le llama "La Torre de Doña Blanca". Ésta torre fue, sin duda, una pequeña fortaleza destinada a vigilar, primeramente, a la mozarabia de la ciudad, situada junto a la sobredicha iglesia, como luego vigiló los movimientos de la judería, que ocupaba el "Campo de San Juan".

En torno a la torre, el peñón se estrecha, y a sus pies, en profundo cauce, discurre el río Guadalaviar, aprisionado por las rocas y por los vallados de pequeños huertecillos. Al otro lado del río, la ingente masa rocosa vuelve a alzarse para dominar desde elevadas cumbres la ciudad, el río y los huertecillos.

Pero la torre de Doña Blanca, guarda entre sus muros, al decir de las gentes, el misterio evocador de la figura triste de una joven infanta aragonesa. Porque Doña Blanca era hermana menor de un príncipe heredero del trono de Aragón. Era una joven ingenua, casta y sencilla, por cuyas prendas no sólo sus padres, los monarcas, sino también toda la nobleza de estos reinos, la idolatraban. Pero la esposa del futuro rey, por la más vergonzosa envidia, la odiaba tenaz y sañudamente.

Y así ocurrió que, al morir el rey, los nobles aclamaron al príncipe heredero, y aquella mujer, que tanto odiaba a Doña Blanca, quedó constituida reina de Aragón. La joven infanta se acogió al lado de su madre, la reina viuda, pero fueron los mismos nobles quienes la aconsejaron que huyera de estos reinos para salvar su vida, refugiándose en la corte de sus deudos los reyes de Castilla.

Y sucedió que un día, de paso para Castilla, llegó a Albarracín, acompañada de algunas dueñas y de pocos caballeros, la desgraciada infanta aragonesa. La acogida que a Doña Blanca le dispensó Albarracín fue muy cordial, por cuanto que hasta aquí había llegado la fama de sus virtudes y la noticia de los odios de la reina. La ciudad entera presenció el paso de la vistosa comitiva con sus jinetes y sus escuderos por las calles tortuosas hasta llegar a los palacios de Azagra, Señor de Albarracín, donde se hospedó la joven infortunada. Consigo traía, en cofres forrados de cuero y guarnecidos de hierro, todos sus tesoros de joyas valiosas y preciadas telas. No era bien dejar todo esto en Aragón.

Pasó un día y otro día, y las gentes esperaban con impaciencia poder contemplar de nuevo el rostro de Doña Blanca y ver su lucida comitiva, al menos, cuando dejara la corte de los Azagra para continuar su viaje hacia Castilla. Mas el tiempo pasó... y las dueñas y los caballeros que habían acompañado a la infanta aragonesa emprendieron un día su regreso hacia tierras de Aragón; pero a Doña Blanca... ya nadie la vio jamás.

El pueblo, lleno de sorpresa y admiración, empezó a pensar que la joven había muerto llena de tristeza por su doloroso destierro, y que había sido sepultada secretamente en el famoso torreón que había de llevar su nombre en adelante. Mas nadie supo jamás lo sucedido, porque las gentes de la casa de Azagra y los nobles de la ciudad guardaron el secreto cuidadosamente.

Desde entonces, en todo plenilunio estival, cuando los próximos peñascos recogen el eco de la campana que suena la hora de la media noche, las gentes de Albarracín cuentan que se puede ver salir de la Torre de Doña Blanca una sombra clara, como de rayo de luna, a la manera de la figura de una mujer de blancas y holgada vestiduras que va descendiendo lentamente por los escarpes de la roca, como si fueran los peldaños de un palacio encantado, hasta llegar a los huertecillos y luego al río, en cuyos cristales se baña, y desaparece para no ser vista hasta otra noche de plenilunio. Es "La Sombra de Doña Blanca".

jueves, 25 de abril de 2013

LEYENDA DE SAN JORGE Y EL DRAGÓN.-



            Cuenta la leyenda que llegó  a oídos de Jorge que en un pequeño reinado de una comarca lejana de Libia, en la ciudad de Silca, había una bestia fabulosa que amedrentaba a la población.

             Salio él hacia ese lugar. La bestia era un inmenso dragón que habitaba en la orilla de un lago cerca de la ciudad. Este dragón no solo se devoraba a sus presas sino que su aliento era mortal. A fin de calmarlo y mantenerlo a cierta distancia, se le entregaba periódicamente una yunta de animales. Así corrían los días, los meses, hasta que un día se acabaron todos los animales de la región, no había ningún animal que entregar en sacrificio. En ese momento un campesino recordó que la princesa, la hija del rey, cuidaba de un pequeño

corderito que había quedado huérfano, entonces la población decidió ir a pedirle el corderito a la princesa. Ésta, con todo su dolor y desconsuelo comenzó a llorar y se negó a entregarlo.

             El rey ordenó inmediatamente enviar a sacrificio a aquel corderito, para mantener tranquila a la bestia. Así fue, el cordero fue dejado como hacían con todos los demás animales a las afueras de la ciudad, a las orillas del lago. En el momento en que el dragón fue en busca de su presa, se encontró con el pequeño cordero, al cual rechazó, matándolo de un solo zarpazo. Lo dejó tirado en el lugar y se retiró. La princesa se enteró de lo sucedido y le pidió a su padre, el rey, que le hiciera hacer un cinturón con la piel del cordero.

            A los  pocos días de aquel episodio, en el pueblo se escuchó un fuerte estruendo, acompañado de bravos bramidos. El viento se volvió fuerte de golpe, todo parecía que era una gran tormenta, pero el cielo estaba claro y el sol brillaba desde lo alto, sin nubes. Era el dragón que se había enfurecido y clamaba por una cuota mayor de alimento. Aterrada la gente y el rey, convino que era hora de entregarle al dragón carne humana, pero esta debería ser de muchachas menores de 15 años. La población, de acuerdo con el rey, creyó que era el único camino que había para calmar a la bestia que se había enfurecido como nunca. Así hicieron, decidieron que fueran aquellas jóvenes que se encontraran enfermas, pensaron que el dragón al comer a las muchachas enfermas, este también  enfermaría, y así moriría.

            Pero esto no ocurrió, ni enfermo, ni murió, entonces decidieron que fuesen las jóvenes raquíticas, hasta que llego el día en que la ofrenda eran jóvenes en buen estado de salud hasta que no no quedó  ni una sola muchacha. La única que quedaba era la princesa, la hija del rey.

            La gente se presentó en el palacio y le dijo al rey que tenia que entregar a la princesa, este se negó. la gente le decía que como el dragón no callaba y se presentaba amenazadoramente quizás lo que quería era carne real. y puesto que el mismo rey había escrito el edicto para las muchachas menores de 15 años, justo era que entregase  a la princesa que aun no los había cumplido. 


            La princesa desde el lugar donde estaba, había escuchado toda la deliberación de su padre y los representantes del pueblo, entonces salió y dijo que era justo lo que el pueblo exigía de su padre, pues había jurado morir por su pueblo si así hiciera falta. Oído esto, el rey pidió al pueblo que le dieran 8 días para poder despedirse de su querida hija. Así fue, pero el octavo día llego, y el pueblo fue en busca de la princesa para que esta fuera dada en sacrificio al dragón que estaba más enfurecido que nunca, por el largo tiempo sin alimentos. 

             El rey lloraba desconsoladamente al ver que la partida de su hija era inminente, y la princesa vistiendo sus mejores galas se presentó para ser llevada en sacrificio al dragón, llevaba puesta su corona, el cinturón con la piel de su pequeño cordero, caminaba firme y decidida en medio de la aclamación del pueblo, y del llanto de su padre. Al llegar a las afueras de la ciudad, a la vera del lago la dejaron sola, todos se retiraron, en ese momento la princesa se arrodilló y dirigió su mirada a lo alto del cielo. 

            Era la hora en que el sol comenzaba a ocultarse, el cielo reverdecía como fuego, el viento helado soplaba en dirección al pueblo. A lo lejos se divisó una polvareda, muchos pensaron que era a causa del viento que había comenzado a soplar de manera más intensa. En medio de la polvareda se comenzó a dibujar la figura de un soldado a caballo, que se abalanzó hacia donde estaba la princesa. Ella al no entender de que se trataba, se quedó paralizada. El caballero se dirigió hacia el dragón y se trenzaron en una brava lucha.

            El dragón se retorcía tratando de enredarse en las patas del caballo para hacerlo caer y dejar indefenso al caballero. Al no conseguir tirar al caballo, el dragón se levantó, se irguió y fijo su mirada en los ojos del caballero, era así como hipnotizaba a sus victimas, para luego darles muerte. Pero San Jorge pudo más que el, y tomando más fuerza tomó su lanza y la hincó levemente en la cabeza del dragón. Entonces le gritó a la princesa que le pasara el cinturón que ella llevaba puesto. Ésta le pasó  una punta del cinturón y San Jorge enroscó la cabeza del dragón con el cinturón de la princesa.  En ese momento San Jorge le dijo a la princesa que no tuviera miedo, porque el dragón se había vuelto manso como un cordero. 


          Así fue que volvieron juntos al pueblo San Jorge y la princesa, llevando al dragón como si fuera un cordero por lo manso, arrastrándose tras de ellos. La multitud de 20.000 habitantes estaba presente, todos lo aclamaban, al ver aniquilado a la causa de sus desventuras y penurias. Al llegar frente al rey, el caballero Jorge le cortó  la cabeza al dragón y se la ofreció al rey.

            Al ver esto, luego de haber escuchado los relatos de San Jorge, cuando les contaba que el no era ningún brujo, sino que obraba en nombre del único y verdadero Dios, la gente se maravillaba y quedaba asombrada de la vida de Jesús, que el santo les relataba. Es así que todo el pueblo, incluso su rey quisieron ser bautizados en el nombre de Jesús, Dios y el Espíritu Santo. 
cuenta la leyenda que el rey le ofreció en matrimonio como agradecimiento a la princesa y que con ella se casó. 

               

lunes, 25 de febrero de 2013

LA LEYENDA TUROLENSE MEDIEVAL DE ALVAR Y SANCHA.-




        La historia de Álvar y Sancha acaeció en el Teruel de la Edad Media. 
     
        Ambos jóvenes, pertenecían a dos familias muy importantes de la ciudad, casi siempre enfrentadas por el dominio y control de la villa turolense: los Muñoz y los Marcilla. 

        
Álvar era un joven pendenciero, mujeriego, amigo de la bulla nocturna y un tantofollonero. De sus aventuras y desordenada vida estaba al corriente todo el mundo, hasta los propios Marcilla.

        Como a cualquier joven, le llegó también el momento de sentar la cabeza. Así que determinó cambiar aquel tipo de vida por otra más honesta y modélica.


        Pero tal cambio no tenía otra explicación sino la de sentirse enamorado, enamorado como cualquier joven de su edad. Se había enamorado de Sancha, la hija de los Marcilla. 


        Lo que para él era un simple enamoramiento, era algo bastante más complicado para su propia familia, pues así se lo explicaron cuando les comentó que se había enamorado de tal jovencita. 

       A pesar de todo siguió cortejando a escondidas a su amada y la pasión amorosa entre ambos fue creciendo día tras día. 
Entre tanto Álvar no cesó de insistir ante su propia familia hasta conseguir el consentimiento familiar para casarse con Sancha.
Peor le fue a la Marcilla, pues al enterarse su padre de que la cortejaba semejante elemento, le puso por guardián a una dama que no la dejaba ni a sol ni a sombra, toda vez que impedía cualquier intento de comunicación entre ambos.

       El ardiente enamorado, armado del poder que da el dinero para tales ocasiones, compró a la dama-guardián para facilitarle las citas con su amada.



       Pasados unos días, Alvar le propuso a Sancha huir lejos de la ciudad, a un lugar donde su amor fuera libre y no tropezase con ningún obstáculo. Ella accedió y juntos decidieron fugarse a las doce de esa misma noche. Cruzaron el portal de Zaragoza y tomando los caballos que les tenía preparados el criado de Alvar dieron comienzo a su aventura.

       Entretanto, el padre de Sancha habiendo echado en falta a su hija, presionó a la dama-guardián, que estaba al corriente de lo sucedido, hasta conseguir que confesara la fuga de los enamorados. Enterados los hermanos de Sancha, partieron en su busca, cual si de un rapto y afrenta se tratara. Y camino de Alfambra, a una legua de Teruel alcanzaron a los fugados. Tras rescatar a la hermana dieron muerte a Álvar dejándolo abandonado.


                   
       El Juez de Teruel, al enterarse de lo ocurrido, mandó prender y juzgar a los asesinos. Al destierro fueron condenados, y… a levantar una cruz al muerto en el lugar del crimen.

      Y así terminaron los trágicos amores de Álvar y Sancha, otros dos turolenses cuya trágica historia, siendo también trágica, no alcanzó la categoría de la de Los Amantes de Teruel.