lunes, 1 de febrero de 2021
LA ESTACIÓN FERROVIARIA INTERNACIONAL DE CANFRANC. FOTOS.-
Historia
La Estación
Internacional de Canfranc es una estación de
ferrocarril situada en el municipio de Canfranc (Huesca),
muy cerca de la frontera con Francia. Se inauguró en 1928.
Declarada Bien
de Interés Cultural, está catalogada como monumento desde marzo de 2002.
Ofrecía conexiones internacionales
con Francia, pero éstas quedaron suspendidas en1970, cuando
un tren de mercancías descarriló del lado francés provocando el derrumbe del
puente de L'Estanguet, con la consiguiente interrupción del servicio entre
ambos países. Desde esa fecha, el transporte de
viajeros se hace por carretera.
Dispone únicamente de servicios de Media Distancia, operados por Renfe, que la unen con Zaragoza.
Reapertura
de la línea
En
las últimas décadas ha habido deseos de reapertura de la línea internacional y
del túnel
ferroviario de Somport para conectar ambos lados de los
Pirineos.
En 1993,
varios sindicatos y asociaciones de diversa índole (en defensa del ferrocarril
y ecologistas) fundaron la Coordinadora para la reapertura del ferrocarril
Canfranc-Olorón (Crefco). Esta entidad tiene como objetivo la reapertura de la
línea internacional para mejorar las conexiones con Francia y la preservación
del medio ambiente, promoviendo el ferrocarril frente al transporte por
carretera. Crefco tiene una asociación
homónima francesa, que trabaja en común y defiende las mismas posiciones:
Comité pour la réouverture de la ligne Oloron-Canfranc (Creloc).
El
ayuntamiento de Canfranc organiza cada 18 de julio una recreación-conmemoración
de época de la inauguración de la Estación Internacional de Canfranc de forma
lúdica y reivindicativa.
Los
sectores que apuestan por la reapertura de la conexión internacional han visto
en los últimos años impulsada su postura con el comienzo de las obras de
reapertura de la línea ferroviaria, financiadas por la Región de Aquitania,
a 37 km de la Estación de Canfranc.
Hoy
se puede hacer una visita a la estación, al subterráneo y dan una explicación
muy detallada de su historia, presente u futuro.
También
realizan una exhibición o espectáculo de luz como colofón de la visita.
martes, 3 de septiembre de 2013
LA LEYENDA DE LA TORRE DE DOÑA BLANCA. ALBARRACÍN.-
En torno a la torre, el peñón se estrecha, y a sus pies, en profundo cauce, discurre el río Guadalaviar, aprisionado por las rocas y por los vallados de pequeños huertecillos. Al otro lado del río, la ingente masa rocosa vuelve a alzarse para dominar desde elevadas cumbres la ciudad, el río y los huertecillos.
Pero la torre de Doña Blanca, guarda entre sus muros, al decir de las gentes, el misterio evocador de la figura triste de una joven infanta aragonesa. Porque Doña Blanca era hermana menor de un príncipe heredero del trono de Aragón. Era una joven ingenua, casta y sencilla, por cuyas prendas no sólo sus padres, los monarcas, sino también toda la nobleza de estos reinos, la idolatraban. Pero la esposa del futuro rey, por la más vergonzosa envidia, la odiaba tenaz y sañudamente.
Y así ocurrió que, al morir el rey, los nobles aclamaron al príncipe heredero, y aquella mujer, que tanto odiaba a Doña Blanca, quedó constituida reina de Aragón. La joven infanta se acogió al lado de su madre, la reina viuda, pero fueron los mismos nobles quienes la aconsejaron que huyera de estos reinos para salvar su vida, refugiándose en la corte de sus deudos los reyes de Castilla.
Y sucedió que un día, de paso para Castilla, llegó a Albarracín, acompañada de algunas dueñas y de pocos caballeros, la desgraciada infanta aragonesa. La acogida que a Doña Blanca le dispensó Albarracín fue muy cordial, por cuanto que hasta aquí había llegado la fama de sus virtudes y la noticia de los odios de la reina. La ciudad entera presenció el paso de la vistosa comitiva con sus jinetes y sus escuderos por las calles tortuosas hasta llegar a los palacios de Azagra, Señor de Albarracín, donde se hospedó la joven infortunada. Consigo traía, en cofres forrados de cuero y guarnecidos de hierro, todos sus tesoros de joyas valiosas y preciadas telas. No era bien dejar todo esto en Aragón.
Pasó un día y otro día, y las gentes esperaban con impaciencia poder contemplar de nuevo el rostro de Doña Blanca y ver su lucida comitiva, al menos, cuando dejara la corte de los Azagra para continuar su viaje hacia Castilla. Mas el tiempo pasó... y las dueñas y los caballeros que habían acompañado a la infanta aragonesa emprendieron un día su regreso hacia tierras de Aragón; pero a Doña Blanca... ya nadie la vio jamás.
El pueblo, lleno de sorpresa y admiración, empezó a pensar que la joven había muerto llena de tristeza por su doloroso destierro, y que había sido sepultada secretamente en el famoso torreón que había de llevar su nombre en adelante. Mas nadie supo jamás lo sucedido, porque las gentes de la casa de Azagra y los nobles de la ciudad guardaron el secreto cuidadosamente.
Desde entonces, en todo plenilunio estival, cuando los próximos peñascos recogen el eco de la campana que suena la hora de la media noche, las gentes de Albarracín cuentan que se puede ver salir de la Torre de Doña Blanca una sombra clara, como de rayo de luna, a la manera de la figura de una mujer de blancas y holgada vestiduras que va descendiendo lentamente por los escarpes de la roca, como si fueran los peldaños de un palacio encantado, hasta llegar a los huertecillos y luego al río, en cuyos cristales se baña, y desaparece para no ser vista hasta otra noche de plenilunio. Es "La Sombra de Doña Blanca".