¿Por qué somos supersticiosos? Es algo
innegable, se trata de creencias irracionales con las que tratamos de repeler
la mala suerte o atraer a la buena. Pese a que en el fondo sabemos que no
tienen lógica, no podemos evitarlo, y en parte es porque en algún momento ha
funcionado. En otras palabras, según la psicología observamos la realidad y la
procesamos de manera prejuiciosa, estos actos (tocar madera, santiguarse) tienen una
funcionalidad, para nosotros, curativa.
1. Un espejo roto
Y siete años de mala suerte. Ya sea por
la creencia en un mal fario o un castigo de los dioses, seguro que alguna vez
te has enfrentado a este terrible temor. Lo cierto es que esta idea surgió en Venecia, a finales del siglo XVI. Por
aquel entonces se pusieron de moda los espejos realizados con vidrio a los que
se les ponía una lámina de plata en la parte posterior haciendo que así, las
personas delante pudieran reflejarse. (Antes se realizaban con vasijas con agua
o estaban hechos de metal).
¿Qué pasaba con estos nuevos espejos? Efectivamente, que eran carísimos. Por ello los ricos venecianos advertían a sus sirvientes que tuvieran mucho cuidado con el objeto en cuestión, pues si este se rompía, podía significar que durante varios años tendrían que trabajar sin percibir ningún salario. No te preocupes mucho si se te cae un espejo, por tanto, pues no tendrá el valor económico de los antiguos venecianos, aunque, eso sí, cuidado con no cortarte.
2. Un gato negro
Aunque los gatos
llevan a nuestro lado desde tiempos inmemoriales (para los antiguos egipcios
eran considerados divinidades), siempre ha habido un cierto temor a aquellos de pelaje negro. Al fin
y al cabo, según las viejas historias, las brujas siempre volaban en su escoba
con uno. Y la superstición proviene justamente de ahí, pues comenzó en la Europa de la Edad Media.
Por
aquel entonces muchos gatos callejeros eran alimentados por las ancianas, y
quizá por ello, cuando comenzó la caza de brujas, cayeron en
desgracia junto a las mujeres. Se les relacionó con el diablo y también se
pensaba que las mencionadas brujas se convertían en ellos por la noche. Es por
ello que ha llegado hasta nuestros días que cuando te cruzas con uno por la
calle te van a suceder todo tipo de desgracias.
3. Los paraguas
Abrir un paraguas en un sitio cerrado no
es la idea más recomendable, sobre todo si tienes cerca a algún supersticioso. Los
primeros paraguas fueron hechos en el antiguo Egipto, con papiro y plumas de
pavo real, y se diseñaban a semejanza de la diosa Nut.
La sombra de un paraguas era, por tanto, sagrada y estrictamente reservada
para la nobleza egipcia: cualquier otra persona que osara
entrar en ese espacio estaba cometiendo un sacrilegio. Abrir un paraguas en el
interior de un hogar se consideraba en contra del propósito natural y, en
consecuencia, un insulto al Dios del Sol (Ra).
4. Una escalera
Quizá sea la superstición con una
historia más curiosa: según muchos historiadores, está relacionado con las
religiones monoteístas, especialmente con el cristianismo. La importancia del número tres es vital en
esta religión, debido a la Trinidad formada
por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando una escalera se apoya contra
una pared forma un triángulo y pasar por debajo se asemejaría a romperlo.
5. La sal
Hay varias teorías para la sal derramada sobre la mesa y la mala
suerte que eso conlleva. La sal era anteriormente un símbolo de amistad y se
presentaba en las comidas para indicar la fuerza perdurable de los lazos entre
las personas. Por ello muchos consideran ominoso derramarla". Puede ser
posible, pues un proverbio alemán antiguo asegura que "el que derrama sal
despierta enemistad". De la misma manera, otras personas lo atribuyen a la
importancia económica que tenía (de ahí la palabra salario, que viene del latín
salarium).
Otra
teoría apunta a que Judas Iscariote derramó la
sal en la última cena, y de hecho, en el cuadro de Leonardo Da Vinci titulado
de esa manera se puede observar cómo un bote con sal se encuentra vertido sobre
la mesa.
En definitiva, creo que todos sois un poco supersticiosos, que creéis en pequeñas acciones buenas o malas para conseguir vuestros objetivos, pero la realidad es otra, Yo, por si acaso, cruzo los dedos.
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