Belchite significa “Bello Lugar”. Se
trata de una población que fue una de las más prósperas de la provincia de
Zaragoza a principios del S. XX. Poseía dos conventos y varias Iglesias, de un
estilo mudéjar.
Los primeros pobladores se datan en la
época romana, aunque otros muchos y diferentes pobladores ocuparon estas
tierras.
Losd musulmanes dejaron también su huella
hasta la reconquista, tiempo en el que Enrique III ordenó la expulsión de los
moriscos. Pasó entonces a manos del conde
de Belchite. Fue en el Siglo XVII cuando este pueblo consiguió comprar su
independencia a la nobleza.
Este pueblo se podría catalogar de
maldito por su pasado truculento, pues a lo largo de la historia tuvo la mala
suerte de que varias batallas acontecieran en sus alrededores y calles.
Comenzando en las guerras púnicas, donde
romanos y cartagineses ya tuvieron sangrientas confrontaciones. Más
recientemente, en 1809, Belchite fue el escenario de la Primera batalla de
Belchite entre las tropas españolas y francesas de la Guerra de Secesión. Los franceses
ganaron aquella batalla y Napoleón hizo inscribir el nombre de Belchite en el
arco del triunfo de París.
En 1838, las calles de Belchite
fueron escenario de duras confrontaciones fruto de la Guerra Carlista. Pero
todavía quedaba una gran batalla que los muros de Belchite no podrían soportar.
En el verano de 1937, en plena
guerra civil, los republicanos arrasan literalmente el pueblo de Belchite,
defendido por los nacionales. Seis mil personas, entre soldados y civiles,
mueren en pocos días. En el pueblo, apenas un puñado de casas han quedado
en pie. El control del bando republicano sobre la zona duraría poco tiempo,
pues las tropas del General Franco acabarían por ganar la guerra, como por
todos es sabido.
Finalizada la guerra, Franco
ofrece a los supervivientes de Belchite la opción de construir un nuevo pueblo
o la de dejar que los Belchitenses se ocupen de la reconstrucción y él, a
cambio, construir un canal de regadío para llevar agua desde el Ebro y, de ese
modo, transformar y modernizar la economía de la zona dejando atrás las poco
productivas tierras de secano. Los Belchitenses optan por el nuevo pueblo, cosa
de la que posiblemente se hayan arrepentido desde entonces pues pasados los
años, no todo fue tan bonito como lo planteó el Generalísimo en un principio.
“Yo os juro, que sobre estas ruinas de Belchite, se edificará una ciudad
hermosa y amplia como homenaje a su heroísmo sin par. Franco”, “1.937-1.954”.
La construcción del nuevo Belchite
fue llevada a cabo por prisioneros de guerra, de este modo Franco se vengaba en
cierto modo de aquellos que destrozaron el pueblo haciéndoles construir uno
nuevo. En 1946, los vecinos más afines al régimen pudieron ocupar las primeras
y mejores casas de Belchite, aunque el pueblo no fue inaugurado hasta 1954 y no
fue hasta finales de los 60, que el traslado se dio por terminado. Pese a la
promesa de gratuidad para los vecinos del viejo Belchite, el que quiso casa
tuvo que comprarla y muchos fueron los que decidieron emigrar a otras tierras.
Desde entonces, el viejo pueblo de Belchite permanece pausado en el tiempo como
gigantesco monumento de la memoria y el pasado.
Sin duda, es el pueblo abandonado,
maldito, fantasma… como queramos llamarlo, más visitado de España, pues sus
ruinas son visitadas todos los años por más de diez mil personas. Algunas como
homenaje o recuerdo de lo que sucedió allí, otras como simple visita turística
y otras muchas, atraídas por las leyendas que cuenta que las almas de los que
allí murieron, todavía caminan por sus calles.
Las leyendas
de Belchite.
Desde su total abandono en la
década de los 60 y dado su pasado doloroso y sangriento, junto con el perfil
fantasmal de edificios semiderruidos. Belchite viejo ha sido un centro de
peregrinación para investigadores de lo paranormal de todo el mundo. Las ruinas
de los conventos de San Rafael y San Agustín, la inquietante torre del reloj,
el viejo cementerio, la iglesia de San Martín… cualquier rincón de este pueblo
es un lugar idóneo para pasar una noche con una grabadora y un termo de café.
Y los resultados de estos
investigadores no tardaron en producirse. Decenas de psicofonías, grabaciones
en las que se escuchan los ecos de la guerra como si aquellos terribles días de
1937 hubiesen quedado impregnados en todas y cada una de las piedras del lugar.
Aviones, bombas, disparos… lamentos. Con el paso de los años las leyendas
fueron aumentando, en gran parte gracias a estas psicofonías. Presencias
misteriosas que caminan por las solitarias calles, sombras que parecen
desaparecer en el interior de las casas al paso de los visitantes, fotografías
en las que aparecen figuras entre las ruinas, manos que arañan las tiendas de
campaña de jóvenes que pasan allí la noche como gesto de hombría, campanas que
hace años que desaparecieron y que vuelven a repicar en las noches más oscuras,
un niño juguetón que suele asomarse en lo más alto del campanario… quizás sea
él quien toca las campanas. Voces que hielan la sangre a los visitantes
recomendándoles que se marchen de allí…