viernes, 12 de abril de 2013

EL PROBLEMA DE LOS DESAHUCIOS. FOTOS.-




           Estoy de acuerdo cuando Felipe González dice: ¿Por qué un niño tiene que aguantar presión en la puerta de su casa?, en referencia clara al acoso que están sufriendo algunos políticos del PP. Lástima que en estos dos últimos años el expresidente no haya mostrado la misma preocupación por la terrible situación de esos niños, de esos ancianos, de esas familias que tienen que abandonar sus casas por no poder pagar la hipoteca. Y lo tienen que hacer ante la mirada de preocupación de sus vecinos, de sus amigos, de los hombres y mujeres que forman parte de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, obligados por la presión de sus bancos, y de una policía que en vez de suavizarles el mal trago que están pasando, lo que hacen es emprenderla a palos si los desahuciados oponen la mínima resistencia a abandonar la que hasta ese momento era la casa de sus sueños.
          Es un drama que no se puede abordar desde la indiferencia, desde las palabras altisonantes, desde el dogmatismo ideológico.
No me consta si los políticos conocen a alguna familia que haya tenido que abandonar su casa, cargados de maletas, de bolsas de basura que no llevan billetes de 500 euros precisamente, con la angustia pintada en el rostro, por no saber que será de su vida a partir de ese momento, ni donde van a poder dormir o vivir cuando se cierre la puerta de esa casa, testigo mudo de sus angustias, de sus insomnios, de su hambre -sí, señores políticos, de su hambre, que la pasan y mucha-, de su frío en los días de lluvia y nieve. Yo sí conozco algún caso y confieso que es un drama que no se puede abordar desde la indiferencia, desde las palabras altisonantes, desde el dogmatismo ideológico.

          Ni a mi peor enemigo le deseo que pase una situación como la de María, casada, con cuatro hijos, el marido en paro desde hace dos años, que lleva trabajando desde que tenía 15, y que tuvo que abandonar su país acuciada por la necesidad y con el convencimiento de que en España iba a encontrar un futuro para sus hijos. Así fue hasta que la maldita crisis se llevó por delante no solo sus sueños, se llevó la casa que no pudo pagar, y que el banco sacó a subasta sin que ellos la hubieran abandonado, obligándoles a alquilar un apartamento donde malvivir. Un apartamento por el que pagan lo que María gana limpiando casas, el resto Dios proveerá.



          Gracias a la bondad de los maestros donde estudian los dos menores estos pueden hacer una comida al día, no así su hermana mediana, ni su padre, ni Maria que tienen que ducharse con agua fría, encender las luces cuando ya no entra un rayo de luz por la ventana, porque no pueden estirar más los doscientos euros que les quedan después de pagar el alquiler.

         Con esos infundios lo único que van a conseguir es incendiar los ánimos y la calle. Pero hay más, hace unos meses la madre de María murió de un derrame porque cuando fue al ambulatorio no le quisieron atender por no tener papeles -ella que solo había venido para ver a sus nietos y a su hija después de tantos años ausentes de su país-, tampoco en el hospital de referencia porque le dijeron que la factura se la iban a mandar al gobierno de su país. De vuelta a casa la madre de María murió, seguramente sin entender ese maltrato psicológico al que se esta sometiendo a una parte de la sociedad, de nuestra sociedad.


          A veces, cuando oigo a algunos políticos comparar a esta gente con los etarras, me echo la mano a la cabeza y pienso si no se dan cuenta de que con esos infundios lo único que van a conseguir es incendiar los ánimos y la calle. Y entonces sí, entonces sí que habrá que pedir responsabilidades a los que en vez de solucionar los problemas, los crean.

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