Estoy
de acuerdo cuando Felipe González dice: ¿Por qué un niño tiene que aguantar presión en la puerta de su casa?,
en referencia clara al acoso que están sufriendo algunos políticos del PP.
Lástima que en estos dos últimos años el expresidente no haya mostrado la misma
preocupación por la terrible situación de esos niños, de esos ancianos, de esas
familias que tienen que abandonar sus casas por no poder pagar la hipoteca. Y
lo tienen que hacer ante la mirada de preocupación de sus vecinos, de sus
amigos, de los hombres y mujeres que forman parte de la Plataforma de Afectados
por la Hipoteca ,
obligados por la presión de sus bancos, y de una policía que en vez de
suavizarles el mal trago que están pasando, lo que hacen es emprenderla a palos
si los desahuciados oponen la mínima resistencia a abandonar la que hasta ese
momento era la casa de sus sueños.
Es un drama que no se puede abordar desde la indiferencia, desde las
palabras altisonantes, desde el dogmatismo ideológico.
No me consta si los políticos conocen a alguna familia que haya tenido
que abandonar su casa, cargados de maletas, de bolsas de basura que no llevan
billetes de 500 euros precisamente, con la angustia pintada en el rostro, por
no saber que será de su vida a partir de ese momento, ni donde van a poder
dormir o vivir cuando se cierre la puerta de esa casa, testigo mudo de sus
angustias, de sus insomnios, de su hambre -sí, señores políticos, de su hambre,
que la pasan y mucha-, de su frío en los días de lluvia y nieve. Yo sí conozco
algún caso y confieso que es un drama que no se puede abordar desde la indiferencia, desde las
palabras altisonantes, desde el dogmatismo ideológico.
Ni a mi peor enemigo le deseo
que pase una situación como la de María, casada, con cuatro hijos, el marido en
paro desde hace dos años, que lleva trabajando desde que tenía 15, y que tuvo
que abandonar su país acuciada por la necesidad y con el convencimiento de que
en España iba a encontrar un futuro para sus hijos. Así fue hasta que la
maldita crisis se llevó por delante no solo sus sueños, se llevó la casa que no
pudo pagar, y que el banco sacó a subasta sin que ellos la hubieran abandonado,
obligándoles a alquilar un apartamento donde malvivir. Un apartamento por el
que pagan lo que María gana limpiando casas, el resto Dios proveerá.
Gracias
a la bondad de los maestros donde estudian los dos menores estos pueden hacer
una comida al día, no así su hermana mediana, ni su padre, ni Maria que tienen
que ducharse con agua fría, encender las luces cuando ya no entra un rayo de
luz por la ventana, porque no pueden estirar más los doscientos euros que les
quedan después de pagar el alquiler.
Con esos infundios
lo único que van a conseguir es incendiar los ánimos y la calle. Pero
hay más, hace unos meses la madre de María murió de un derrame porque cuando
fue al ambulatorio no le quisieron atender por no tener papeles -ella que solo
había venido para ver a sus nietos y a su hija después de tantos años ausentes
de su país-, tampoco en el hospital de referencia porque le dijeron que la
factura se la iban a mandar al gobierno de su país. De vuelta a casa la madre
de María murió, seguramente sin entender ese maltrato psicológico al que se
esta sometiendo a una parte de la sociedad, de nuestra sociedad.
A veces, cuando oigo a algunos
políticos comparar a esta gente con los etarras, me echo la mano a la cabeza y
pienso si no se dan cuenta de que con esos infundios lo único que van a conseguir es incendiar los ánimos
y la calle. Y entonces sí, entonces sí que habrá que pedir
responsabilidades a los que en vez de solucionar los problemas, los crean.