WhatsApp es un software demensajería instantánea para teléfonos inteligentes. Además del envío de texto, permite la transmisión de imágenes, video y audio, así como la localización del usuario siempre y cuando exista la posibilidad. La aplicación utiliza la red de datos del dispositivo móvil en el que se esté ejecutando, por lo tanto funciona conectada a Internet a diferencia de los servicios tradicionales de mensajes cortos o el sistema de mensajería instantánea. Contrariamente a las creencias de muchas personas, la aplicación para móviles no es una red social a diferencia de redes sociales como Twitter o Facebook.
El
problema es que es gratis y que todo lo que no cuesta nada se devalúa. Es
cierto que nos escribimos más que nunca, pero también lo es que nunca habíamos
sido tan banales ni tan inconsistentes, y que nuestras vidas nunca habían
estado tan desestructuradas. Los 140 caracteres de Twitter y estos WhatsApp
igualmente gratis destruyen la sintaxis y la ortografía, la transmisión de
valores, la jerarquía; y el rufián y el profesor quedan igualados y todo pasa a
carecer del más mínimo de los sentidos.
Lo gratis
lo carga el diablo, como el relativismo, como el igualitarismo atroz, como la
falta de tensión y de jerarquía. El WhatsApp es la última conquista de la
ordinariez, el último estandarte de nuestra decadencia anunciada. Yo tengo
WhatsApp un poco por lo que decía Ortega, cuando un alumno le preguntó:
-Maestro,
¿administración se escribe con hache?
-Sí- le
respondió
-¿Por qué
le ha dicho que sí?- le recriminó su secretario.
-Por
curiosidad, por ver dónde la pone.
Estamos
en lo más bajo que podíamos haber caído. Lo gratis ha acabado de romper
cualquier rigor, y cuesta más protegerse del tumulto que de una enfermedad
contagiosa. La inteligencia es constante y la Humanidad no para de
crecer. Hay que abolir el acceso indiscriminado, la masa como protagonista de
la sociedad, la cantidad como sustituta de la calidad.
Lo que no
cuesta nada no vale nada. Sin sacrificio no hay verdadera voluntad. Y sin
voluntad no hay nada más que este vómito constante de la muchedumbre desbocada.
Todo tendría que costar un precio, y no un precio cualquiera. No todo tendría
que estar al alcance del primer ímpetu de cualquier idiota. Así cayo Mubarak y
ya hoy se le echa de menos en la plaza ensangrentada.
La
democracia tal como la entendemos no se puede aplicar de cualquier manera ni en
cualquier parte. Ni todo vale todo, ni nada vale nada. Las redes sociales nos
comunican y la vez nos aíslan, nos acercan pero a un mundo cada vez más irreal
y cada vez es más discutible su representatividad, y por lo tanto su utilidad.
Facebook
sirve para poco más que para follar. En Twitter cada vez se suscitan polémicas
más absurdas y más alejadas de la realidad. Un ejército de tarados hablan en
nombre de todo el mundo en lugar de tomar su medicación. Alguien voló sobre el
nido del cuco.
Sin
precio no hay valor. Sin jerarquía no hay calidad. Sin inteligencia sólo hay
multitud, desesperanza, y ni la música puede sustituir las lágrimas.
DICHO LO CUAL, ME PARECE BIEN QUE LE VAYAN A PONER COTO A ESTE DESPROPÓSITO Y QUE EMPIECEN POR COBRAR ALGO POR USARLO, AUNQUE NOS DUELA EL BOLSILLO EN LOS TIEMPOS QUE ESTAMOS.