Cuenta la leyenda que llegó a
oídos de Jorge que en un pequeño reinado de una comarca lejana de Libia, en la
ciudad de Silca, había una bestia fabulosa que amedrentaba a la población.
Salio él hacia ese lugar. La bestia era un inmenso dragón que habitaba
en la orilla de un lago cerca de la ciudad. Este dragón no solo se devoraba a
sus presas sino que su aliento era mortal. A fin de calmarlo y mantenerlo a
cierta distancia, se le entregaba periódicamente una yunta de animales. Así corrían
los días, los meses, hasta que un día se acabaron todos los animales de la región,
no había ningún animal que entregar en sacrificio. En ese momento un campesino recordó
que la princesa, la hija del rey, cuidaba de un pequeño
corderito que había
quedado huérfano, entonces la población decidió ir a pedirle el corderito a la
princesa. Ésta, con todo su dolor y desconsuelo comenzó a llorar y se negó a
entregarlo.
El rey ordenó inmediatamente enviar a
sacrificio a aquel corderito, para mantener tranquila a la bestia. Así fue, el
cordero fue dejado como hacían con todos los demás animales a las afueras de la
ciudad, a las orillas del lago. En el momento en que el dragón fue en busca de
su presa, se encontró con el pequeño cordero, al cual rechazó, matándolo de un
solo zarpazo. Lo dejó tirado en el lugar y se retiró. La princesa se enteró de
lo sucedido y le pidió a su padre, el rey, que le hiciera hacer un cinturón con
la piel del cordero.
A los pocos días de aquel episodio, en el pueblo se
escuchó un fuerte estruendo, acompañado de bravos bramidos. El viento se volvió
fuerte de golpe, todo parecía que era una gran tormenta, pero el cielo estaba
claro y el sol brillaba desde lo alto, sin nubes. Era el dragón que se había enfurecido
y clamaba por una cuota mayor de alimento. Aterrada la gente y el rey, convino que
era hora de entregarle al dragón carne humana, pero esta debería ser de
muchachas menores de 15 años. La población, de acuerdo con el rey, creyó que
era el único camino que había para calmar a la bestia que se había enfurecido
como nunca. Así hicieron, decidieron que fueran aquellas jóvenes que se
encontraran enfermas, pensaron que el dragón al comer a las muchachas enfermas,
este también enfermaría, y así moriría.
Pero esto no ocurrió, ni enfermo, ni murió,
entonces decidieron que fuesen las jóvenes raquíticas, hasta que llego el día
en que la ofrenda eran jóvenes en buen estado de salud hasta que no no quedó ni una sola muchacha. La única que quedaba era
la princesa, la hija del rey.
La gente se presentó en el palacio y le dijo
al rey que tenia que entregar a la princesa, este se negó. la gente le decía
que como el dragón no callaba y se presentaba amenazadoramente quizás lo que quería
era carne real. y puesto que el mismo rey había escrito el edicto para las
muchachas menores de 15 años, justo era que entregase a la princesa que aun no los había cumplido.
La princesa desde el lugar
donde estaba, había escuchado toda la deliberación de su padre y los
representantes del pueblo, entonces salió y dijo que era justo lo que el pueblo
exigía de su padre, pues había jurado morir por su pueblo si así hiciera falta.
Oído esto, el rey pidió al pueblo que le dieran 8 días para poder despedirse de
su querida hija. Así fue, pero el octavo día llego, y el pueblo fue en busca de
la princesa para que esta fuera dada en sacrificio al dragón que estaba más
enfurecido que nunca, por el largo tiempo sin alimentos.
El rey lloraba
desconsoladamente al ver que la partida de su hija era inminente, y la princesa
vistiendo sus mejores galas se presentó para ser llevada en sacrificio al dragón,
llevaba puesta su corona, el cinturón con la piel de su pequeño cordero,
caminaba firme y decidida en medio de la aclamación del pueblo, y del llanto de
su padre. Al llegar a las afueras de la ciudad, a la vera del lago la dejaron
sola, todos se retiraron, en ese momento la princesa se arrodilló y dirigió su
mirada a lo alto del cielo.
Era la hora en que el sol
comenzaba a ocultarse, el cielo reverdecía como fuego, el viento helado soplaba
en dirección al pueblo. A lo lejos se divisó una polvareda, muchos pensaron que
era a causa del viento que había comenzado a soplar de manera más intensa. En
medio de la polvareda se comenzó a dibujar la figura de un soldado a caballo,
que se abalanzó hacia donde estaba la princesa. Ella al no entender de que se
trataba, se quedó paralizada. El caballero se dirigió hacia el dragón y se
trenzaron en una brava lucha.
El dragón se retorcía tratando de
enredarse en las patas del caballo para hacerlo caer y dejar indefenso al
caballero. Al no conseguir tirar al caballo, el dragón se levantó, se irguió y
fijo su mirada en los ojos del caballero, era así como hipnotizaba a sus victimas,
para luego darles muerte. Pero San Jorge pudo más que el, y tomando más fuerza
tomó su lanza y la hincó levemente en la cabeza del dragón. Entonces le gritó a
la princesa que le pasara el cinturón que ella llevaba puesto. Ésta le pasó una punta del cinturón y San Jorge enroscó la
cabeza del dragón con el cinturón de la princesa. En ese momento San Jorge le dijo a la princesa
que no tuviera miedo, porque el dragón se había vuelto manso como un cordero.
Así fue que volvieron juntos al
pueblo San Jorge y la princesa, llevando al dragón como si fuera un cordero por
lo manso, arrastrándose tras de ellos. La multitud de 20.000 habitantes estaba
presente, todos lo aclamaban, al ver aniquilado a la causa de sus desventuras y
penurias. Al llegar frente al rey, el caballero Jorge le cortó la cabeza al dragón y se la ofreció al rey.
Al ver esto, luego de haber
escuchado los relatos de San Jorge, cuando les contaba que el no era ningún
brujo, sino que obraba en nombre del único y verdadero Dios, la gente se
maravillaba y quedaba asombrada de la vida de Jesús, que el santo les relataba.
Es así que todo el pueblo, incluso su rey quisieron ser bautizados en el nombre
de Jesús, Dios y el Espíritu Santo.
cuenta la leyenda que el rey le ofreció en matrimonio como agradecimiento a la
princesa y que con ella se casó.