"Jabaloyas puede ser considerado como el lugar mágico por
excelencia de la sierra. Son muchos los relatos de brujas y de seres mágicos
que tienen como escenario los montes, a cuyos pies se sitúa la localidad.
Las brujas eran mujeres que, a través de un pacto con el diablo, habían
adquirido la facultad de llevar a cabo actos sobrenaturales con la ayuda de
encantos secretos, amuletos, brebajes o plantas. Usaban estos poderes que les
había otorgado el demonio para causar daño a sus semejantes. Se reunían en lugares
secretos, donde se rendía culto al diablo, conociéndose estas reuniones como
aquelarres.
Las brujas de Jabaloyas solían bajar al pueblo de Frías de Albarracín para robar el vino de las bodegas, un elixir, que mezclado con hierbas, les permitía alcanzar el éxtasis. Penetraban en las bodegas a través de la chimenea, gustando de tomar, sobre todo, el vino del Tío Candelas, que poseía el mejor caldo de toda la localidad. La sucesión de robos le llevó a vigilar la bodega día y noche, tratando de atrapar al ladrón.
Una noche, mientras hacía guardia, vio llegar a unos seres volando sobre escobas que entraban por el tejado de su bodega. Asustado, pero con ganas de revancha, salió de su escondite y se acercó a la puerta para abrirla. Justo cuando abrió, acertó a ver cómo las mujeres se convertían en horcas. Se le ocurrió calentar el hierro de marcar las ovejas y aplicarlo a las horcas, dejándoles una señal. Al día siguiente, el bodeguero pudo ver cómo había varias mujeres en el pueblo señaladas por el fuego."
LA LEYENDA DE LA "TÍA JACOBA"
la "Tía
Jacoba" era una bruja buena, en un pueblo donde los propios vecinos
afirman que los aquelarres eran frecuentes hasta principios del
siglo XX. Tenían lugar en el Castillo
de San Cristóbal , al que las
brujas acudían, llegada la noche, montadas en una escoba.
Pero,
al parecer, la "Tía Jacoba" era una mujer sencilla y pobre, que
curaba con sus potingues. De ahí le vino la fama de bruja. Los chicos del
pueblo la hacían rabiar. Ella aguantaba los insultos que le dirigían,
siguiéndoles la corriente. Luego, cuando se presentaba el caso, no dudaba en
aplicarles una cataplasma en una herida o en facilitarles una pócima que curara
su mal de vientre.
Trascurrieron
muchos años y la "Tía Jacoba": "Ya no llevaba el talle erguido y en
sus andares se adivinaban los trabajos vividos: la casa, la tierra, la escoba y
la aguja. La cara de un terso silencio y el pelo crecido. La saya recosida de
remiendos claros. La frente blanca como el alba y los ojos negros, profundos,
como dos gotas de mundo. Ojos de ternura que no habían perdido el ritmo antiguo
de la noche"
¿Acaso
la última bruja de Jabaloyas se arrepintió un día de serlo y se convirtió en
benefactora de sus vecinos?. La leyenda acaba bien, porque el recuerdo de la
"Tía Jacoba" continua siendo grato para todos. Posiblemente, su
condición de sanadora contribuyó a crear la leyenda.