martes, 3 de septiembre de 2013

FOTOS DE LA FIESTA DE LAS VÍRGENES DE SUAZILANDIA.-


Suazilandia, en suazi: Umbuso weSwatini; es un pequeño estado soberano sin salida al mar, situado en África Austral o del Sur, en las estribaciones orientales de los Montes Drakensberg, entre Sudáfrica y Mozambique, cuya forma de gobierno es la monarquía absolutista. Su territorio está organizado en cuatro distritos. Su capitalidad está formada por dos ciudades: Mbabane, sede administrativa y Lobamba, sede del poder real y legislativo. La ciudad más poblada es Manzini, que posee 100.000 habitantes.Recibe su nombre de la tribu suazi, una etnia bantú.

Miles de niñas y adolescentes han danzado para su rey tras siete días de gran fiesta. Lo han hecho como manda una de las tradiciones más viejas y controvertidas del sur de África: semidesnudas, en casa de la reina madre, el viejo palacio que posee la familia real en Suazilandia. Uno de tantos.
El Reed Dance o Umhlanga es una tradición zulú y suazi que se practica en Sudáfrica y Suazilandia y en la que miles de jóvenes danzan con el pecho destapado (algunas llevan camisetas) delante de su monarca. También se le conoce como baile de las vírgenes o baile de las cañas, que es el objeto que las adolescentes deben llevar hasta el palacio para entregar como ofrenda.

Los hombres también responden a las jóvenes con bailes y ofrendas en los que participa hasta el propio rey de Suazilandia, Mswati III, que al final del domingo bajó con el resto de cortesanos a bailar entre las miles de jóvenes. En este sentido, la fiesta es global, ya que hasta las propias hijas del monarca participan en las mismas condiciones que el resto (sólo llevan plumas rojas en la cabeza como señal de distinción).
Tradicionalmente este baile servía para que el rey eligiera esposa entre las participantes que enseñan el cuerpo. Tiene también otros significados: el de encuentro de las mujeres de todo el reino y el de una forma de afianzar su papel social y fortalecer el trabajo en equipo.

En la controvertida fiesta deben participar sólo niñas y jóvenes que sean vírgenes, lo que ha generado todo tipo de críticas internacionales por el papel en el que deja a la mujer y por la exhibición que hacen las adolescentes de sus cuerpos. Congrega a miles de personas en torno a un estadio que en el caso de Suazilandia se utiliza sólo para este evento. Ellas bailan y cantan mientras el resto las mira pasar. Una fiesta difícil de entender y de juzgar desde un prisma puramente occidental.

LA LEYENDA DE LA TORRE DE DOÑA BLANCA. ALBARRACÍN.-


En el extremo sur del peñón en que se asienta la Ciudad de Albarracín, junto a la antigua iglesia de Santa María, se alza un grueso y cuadrado torreón. El pueblo le llama "La Torre de Doña Blanca". Ésta torre fue, sin duda, una pequeña fortaleza destinada a vigilar, primeramente, a la mozarabia de la ciudad, situada junto a la sobredicha iglesia, como luego vigiló los movimientos de la judería, que ocupaba el "Campo de San Juan".

En torno a la torre, el peñón se estrecha, y a sus pies, en profundo cauce, discurre el río Guadalaviar, aprisionado por las rocas y por los vallados de pequeños huertecillos. Al otro lado del río, la ingente masa rocosa vuelve a alzarse para dominar desde elevadas cumbres la ciudad, el río y los huertecillos.

Pero la torre de Doña Blanca, guarda entre sus muros, al decir de las gentes, el misterio evocador de la figura triste de una joven infanta aragonesa. Porque Doña Blanca era hermana menor de un príncipe heredero del trono de Aragón. Era una joven ingenua, casta y sencilla, por cuyas prendas no sólo sus padres, los monarcas, sino también toda la nobleza de estos reinos, la idolatraban. Pero la esposa del futuro rey, por la más vergonzosa envidia, la odiaba tenaz y sañudamente.

Y así ocurrió que, al morir el rey, los nobles aclamaron al príncipe heredero, y aquella mujer, que tanto odiaba a Doña Blanca, quedó constituida reina de Aragón. La joven infanta se acogió al lado de su madre, la reina viuda, pero fueron los mismos nobles quienes la aconsejaron que huyera de estos reinos para salvar su vida, refugiándose en la corte de sus deudos los reyes de Castilla.

Y sucedió que un día, de paso para Castilla, llegó a Albarracín, acompañada de algunas dueñas y de pocos caballeros, la desgraciada infanta aragonesa. La acogida que a Doña Blanca le dispensó Albarracín fue muy cordial, por cuanto que hasta aquí había llegado la fama de sus virtudes y la noticia de los odios de la reina. La ciudad entera presenció el paso de la vistosa comitiva con sus jinetes y sus escuderos por las calles tortuosas hasta llegar a los palacios de Azagra, Señor de Albarracín, donde se hospedó la joven infortunada. Consigo traía, en cofres forrados de cuero y guarnecidos de hierro, todos sus tesoros de joyas valiosas y preciadas telas. No era bien dejar todo esto en Aragón.

Pasó un día y otro día, y las gentes esperaban con impaciencia poder contemplar de nuevo el rostro de Doña Blanca y ver su lucida comitiva, al menos, cuando dejara la corte de los Azagra para continuar su viaje hacia Castilla. Mas el tiempo pasó... y las dueñas y los caballeros que habían acompañado a la infanta aragonesa emprendieron un día su regreso hacia tierras de Aragón; pero a Doña Blanca... ya nadie la vio jamás.

El pueblo, lleno de sorpresa y admiración, empezó a pensar que la joven había muerto llena de tristeza por su doloroso destierro, y que había sido sepultada secretamente en el famoso torreón que había de llevar su nombre en adelante. Mas nadie supo jamás lo sucedido, porque las gentes de la casa de Azagra y los nobles de la ciudad guardaron el secreto cuidadosamente.

Desde entonces, en todo plenilunio estival, cuando los próximos peñascos recogen el eco de la campana que suena la hora de la media noche, las gentes de Albarracín cuentan que se puede ver salir de la Torre de Doña Blanca una sombra clara, como de rayo de luna, a la manera de la figura de una mujer de blancas y holgada vestiduras que va descendiendo lentamente por los escarpes de la roca, como si fueran los peldaños de un palacio encantado, hasta llegar a los huertecillos y luego al río, en cuyos cristales se baña, y desaparece para no ser vista hasta otra noche de plenilunio. Es "La Sombra de Doña Blanca".